martes, 22 de abril de 2014

Qué paradójico. Durante aquellos extraños días descubrió algo que por ser tan obvio y natural no entendía cómo no lo había entendido antes. Como la mayoría de las personas, había pensado en la vida como una hoja en blanco. Con el paso del tiempo, vas escribiendo los distintos renglones hasta completarla. Y cuando algo no es correcto, se borra la línea y se reescribe de la manera adecuada. Esto explica por qué siempre quedan huellas bajo las letras. 

Sin embargo se dio cuenta de que eso no era así. Que la memoria, los recuerdos y sobre todo los remordimientos no actuaban exactamente como líneas pasadas. Más bien eran cajas apilándose unas a otras, de manera desordenada e inestable. A medida que se iban sucediendo los hechos y las personas, la cota de la construcción aumentaba. Hasta que un día cualquiera -como aquellos extraños días- te das cuenta de que los cimientos de la memoria tiemblan y fallan. Por que no hay nada peor que recordar lo nunca vivido.

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