martes, 26 de noviembre de 2013

Gritos mudos

Suena de fondo una ciudad muda. La oscuridad va poco a poco tiñendo las casas. Sus moradores apagan las luces de los dormitorios. La mayoría descansará hasta que suene el despertador. 

Otros, más de los que parece, quedarán en vela durante horas. Jugarán partidas de ajedrez con sus fantasmas hasta que se den cuenta de que la batalla está perdida. Te lo digo yo, que los he visto mientras yo también jugaba al ajedrez.

No sé cuánto durará esta partida. Lo que si sé es que el reloj está contando en mi contra. Tic tac. Tic tac. Tic tac. No se detiene ni de noche ni de día. 

¿He tocado fondo? Quién sabe. Hasta hace poco pensaba que si. La caída había sido tan brusca que pensaba que ya no podía ir más abajo. Sin embargo me he dado cuenta de que hay más abismo sin recorrer. El problema es que ahora esa caída es gradual, lenta, agónica y asfixiante. Como una gota que se empeña en penetrar por una grieta. Va horadando poco a poco la estructura pétrea hasta que fisura los enlaces físicos y químicos y disgrega una porción. ¿Cuántas gotas me quedarán por aguantar? ¿Llegará alguna a romperme en trozos?

¿Puedo cambiarlo? Quién sabe. Hasta hace poco pensaba que sí. Me había enfrentado a mis miedos y había conseguido vencerlos. Muchos miedos, pero también muchas victorias, totales o parciales. Sin embargo llega un momento en que cuesta enfrentarse de nuevo a otra batalla. Sobre todo cuando sabes que no es más que la antesala de otra más grande y fúnebre. Cuesta hacerse a la idea de que cada día es una batalla más sanguinaria que el anterior combate. Y lo peor de todo es que esa sangre no fluye al exterior. No hay cadáveres teñidos de rojo ni vendas ensangrentadas. La sangre, como la gota, se introduce por el interior, generando hematomas que no se ven, pero que están ahí. Se sienten. Lo sientes dentro de ti. Notas como van encharcando poco a poco tu organismo, hasta hacerte perder la noción del tiempo, del deber, de la voluntad y de ti mismo.

¿Quiero cambiarlo? Quién sabe. Hasta hace poco pensaba que si. Me convencía  a mi mismo de que las buenas y malas rachas llegan y se van. Que los vientos cambian de estribor a babor y permiten ir surcando el mar. Pero ya no sé si tengo velas suficientes para seguir navegando. Ni siquiera sé si quiero reponer los maltrechos harapos que cuelgan del mástil.

No me quiero arrepentir de algo que ya estoy haciendo: perder mi vida. La única que tengo. Pero me veo incapaz de no hacerlo. Sin fuerzas para oponerme a algo que ya no es una simple gota, es un océano que me hunde más y más. Quiero poder cambiarlo. Necesito tocar fondo para coger impulso y volver a la superficie. Y esta carta es mi balsa de salvación. Estas letras solo puede ser una de dos. O una lámina firme que se apoya sobre el fondo y me permite salir a flote. O una endeble hojarasca que enmascara el fondo, haciendo que parezca más cercano pero que en realidad, en cuanto te apoyas, se resquebraja y te hunde más.

No hay más posibilidades. El cursor parpadea esperando mis letras. Yo tiemblo al escribirlas, consciente de la importancia de ellas. No hay más posibilidades. O esta carta es una bienvenida y un acercamiento a la orilla. O es un engaño, una pantomima. Una despedida. 


27 de Noviembre de 2013

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