viernes, 28 de mayo de 2010

Gafas de sol

Otra parada.

Llevo gafas de sol. Sube un hombre. Pelo desmelenado. Camisa desabrochada. Mirada extraña. Es el tipo de personas que no te gustaría encontrar una noche en un callejón. Su aspecto, descuidado y grotesco, hace que te alejes de él.

Otra parada.

Me mira. Se sienta delante de mí. A pesar de no ver mis ojos, sabe que me ha causado mala impresión. Y se sienta delante de mi.

Otra parada.

Miro por la ventana, pero soy incapaz de quitármelo de la cabeza, así que le miro de reojo. Me fijo un poco más. Tiene unos ojos pequeños con una mirada viva. Delante de ellos unas gafas viejas con una patilla pegada de manera chapucera. Su pelo es blanco y está alborotado. Lleva una camisa a cuadros y unos pantalones oscuros. Cinturón, calcetines azules y zapatos viejos y negros completan su indumentaria. ¿Zapatos? ¿Un pordiosero llevaría zapatos?

Otra parada.

Le vuelvo a mirar, pero esta vez me quito las gafas. Veo una persona delgada, enclenque, con las manos llenas de heridas. Está encorvado y se toca la espalda. Quizá le duela. Sus brazos están morenos pero sus piernas son blancas. Sus gestos son los de una persona amable y trabajadora. Mira a todo y a todos con la inocencia de una buena persona pero con la sabiduría de un luchador.

Otra parada.

Me pongo otra vez las gafas. Al esconder mi mirada tras los cristales oscuros vuelvo a ver un vagabundo. Me levanto del asiento. Me sonríe. Le sonrío. Antes de bajarme me quito las gafas y le miro.

Esta pequeña historia pasa cientos de veces de manera diaria.

Vivimos en una sociedad donde la impresión, el aspecto, el cuerpo y el exterior priman sobre todo lo demás. No importa lo que eres, sólo lo que aparentas. Estamos creando verdaderos maniquíes parlantes. Personas huecas. Personalidades frías.


Nosotros, como sociedad cruel y humanidad deshumanizada, nos atrevemos a juzgar amparados tras unas gafas de sol. Vivimos oscurecidos por unos cristales que nos impiden ver más allá de una ropa, un coche o un peinado. Escondiendo nuestra mirada furtiva devoramos a las personas. Somos osados al criticar a alguien sin conocerlo. A admitir prejuicios en lugar de luchar contra ellos.

Paradojicamente, somos nosotros los vagabundos. Vagabundos mendigando una personalidad que no tenemos, buscando una apariencia que no nos gusta e implorando una limosna que nos llega en forma de (falso) reconocimiento social.

¿Hasta cuando? Hasta que tú decidas ser tú. En ese momento nos habremos quitado las gafas de sol y podremos ver la luz del mundo

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