martes, 18 de mayo de 2010

Bancos.

Estoy sentado. Última fila. Veo un autobús repleto de gente. Los auriculares me aíslan del exterior y mi mirada, perdida en el horizonte, me evade aún más.

Observo por la ventanilla. ¿Hay algo más allá de esos cristales? La respuesta probablemente sea negativa: estoy yo, mi música y mis pensamientos. Nada ni nadie me interrumpe. Hasta que veo algo a través de los cristales…

Un banco de piedra. Está ennegrecido por las lluvias y la piedra se ha cuarteado por efecto del sol y el frío. En él está sentado un señor mayor, con pelo canoso, gafas grandes y patillas cortas. Las manos están apoyadas en un bastón de madera, con la parte superior desgastada. Sus ojos transmiten una vitalidad que no se corresponde con su cuerpo. Tiene una afable media sonrisa en la boca. A su lado, una anciana de pelo blanco con la misma sonrisa en el rostro. Ambos están mirando al mismo punto. El foco de atención es un renacuajo de unos 6 años que juguetea con un balón. Y ahí están ellos, callados, observando apaciblemente cómo la vida sigue. Unos tienen a sus espaldas una vida de penurias, tristezas y penalidades. Enfrente de ellos está un niño que su única preocupación es darle verdaderas coces al balón. Realidad frente inocencia. Vivencias frente sueños. Protección frente a fragilidad. Experiencia frente (bendita) ignorancia.

Al ver esa estampa familiar sonrío. –Ha merecido la pena el viaje- Pienso. Sin embargo, un poco más adelante veo…
Otro banco. La misma piedra. Las mismas gritas. En él las mismas personas. Pero esta vez las gafas son diferentes. Y es la mujer la que lleva el bastón. Tienen la misma edad que la pareja anterior así como los mismos gestos afectuosos. Pero esta vez no miran a un niño. Ven a una chica de unos 40 años. Hablan con ella animadamente. Ésta les corresponde con miradas cómplices y pequeñas caricias en las manos. En los tres pares de ojos se reflejan amor. Ese amor desinteresado, puro, eterno, que nada más se puede expresar entre una madre y un hijo. Los padres ven que su esfuerzo de años se ha recompensado en una buena persona. De esas que ya quedan pocas.
Vuelvo a sonreir. He visto la vida reflejada en dos bancos. La protección de un abuelo hacia un nieto. El amor de un padre hacia su hija. La vitalidad de un niño frente a la vivencia de un abuelo. El agradecimiento de una hija hacia sus padres. Esa es la vida. Sin embargo…

Otro banco. La misma piedra. La misma grieta. Pero aquí hay una señora sola. Pelo blanco. Rostro claro. No hay nadie a su lado. Sus ojos no miran hacia ningún punto. Su mirada solo refleja tristeza, cansancio y sobre todo melancolía. Toda una vida luchando y ahora está sola. Sola en un mundo que le es ajeno. Su vida se limita a ese banco.

Ahora si. Esto es la vida. Acabar solos mientras miramos con tristeza nuestro pasado reflejado en dos bancos

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